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VIVÍ DESDE ADENTRO LA EMOCIONANTE VICTORIA DE JULIAN ALAPHILIPPE

El Tour abandonó Bélgica y entró en Francia con un francés en boca de todos: Julian Alaphilippe. Y con ese nombre culminó la etapa tras una exhibición colosal. Alaphilippe cumplió el pronóstico, pero no de la manera que todos pensábamos, no en ese repecho donde podía haber impuesto sus dotes de uphill finisher, de rematador en subida, sino con un ataque a 15 kilómetros, cuando la carretera más se empinaba y las rampas superaban el 12%. Allá se marchó solo, majestuoso, superior… Y allá inició la conquista del maillot amarillo.

El aficionado español también reivindicaba un nombre: Alejandro Valverde. Casi un clon de Alaphilippe, pero con 12 años más. Uno y otro se adaptaban perfectamente al perfil del día, a esos últimos 45 kilómetros con cuatro cotas de cuarta y tercera categoría encadenadas, y sobre todo a ese repecho final que conducía a la victoria en Épernay. La última y única vez que la Grande Boucle había llegado a esta ciudad, Federico Martín Bahamontes arañó una buena renta sin necesidad de esperar a las altas montañas. Entre viñedos y toboganes, la región de Champaña invita a un brindis por la aventura.

Alaphilippe no rehuyó la apuesta que le señalaba como favorito en la salida: “La meta es para corredores explosivos, me conviene perfectamente”. Lo que no desveló es que no iba a esperar tanto. Tampoco se tapó su equipo, el Deceuninck, que tomó la responsabilidad del pelotón para neutralizar a los cinco escapados del día. El Bora de Sagan también asomó a la cabeza. Igual que el hiperactivo Astana, donde Fuglsang ya ha restañado sus heridas, Omar Fraile quiere la Montaña y Lutsenko viste de cazador. Cayeron los fugados Rossetto, Ourselin, Offredo, Delaplace… Sin remedio. Pero Wellens tiene una marcha más y pisó el acelerador a fondo. Hasta que Alaphilippe quiso.

El francés del Deceuninck es una mezcla de Valverde, Bettini y Jalabert, aunque principalmente es Alaphilippe, un ciclista sublime. Podría haber aguardado a la última cota, pero eligió atacar más lejos, en uno de los puntos calientes del recorrido: el Mutigny, una ascensión de 900 metros con pendientes indómitas. Un muro de esos que tanto gustan a los clasicómanos. Alaphilippe arrancó ahí, en lo más duro, y no encontró valientes para perseguir su cabalgada. Rebasó a Wellens nada más superar la cima, que tenía un premio extra de ocho, cinco y tres segundos. El Tour ha decidido poner bonificaciones en algunas cotas. Un estímulo.

Por detrás hubo intentos de aprovechar las turbulencias y se formó un cuarteto interesante: Landa, Woods, Lutsenko y Schachmann. Por momentos, también nos emocionamos con Landa, como ya lo hicimos en el Giro. Landismo en el Tour. Habrá más capítulos. Cuando manejas un tridente como el Movistar, puedes jugar varias cartas, a la espera de que se destape el as. El vasco no tenía nada planeado, pero anduvo avispado. Y casi pesca en río revuelto.

Ajeno al ajedrez de la retaguardia, Alaphilippe avanzaba imperioso hacia la victoria en la ciudad del champán y hacia el brindis por el maillot de líder. Este año ya ha ganado tres grandes clásicas, Milán-San Remo, Flecha Valona y Strade Bianche, y etapas en Dauphiné, País Vasco, Colombia y San Juan. Unas semanas antes de arrancar la carrera, un aficionado me comentó que con un pronóstico tan abierto y con un recorrido no tan rotundo, Alaphilippe podría luchar también por el Tour. Pues va a llevar razón. Levantemos las copas.

Info y Fotos: AS

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